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Más de 10 años después, solo el 0,6 % de las mujeres en el sector agroalimentario logra obtener la titularidad compartida

por MujerAGRO
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Con motivo del Día Internacional de las Mujeres Rurales, que se celebra mañana día 15 de octubre, desde MujerAGRO presentamos un análisis sobre la transición del sector agroalimentario español hacia la igualdad de género y los retos que todavía dificultan su consolidación

Por Julia Álvarez García, periodista agroalimentaria

Una de cada cuatro personas activas en el sector agrario español es mujer. El sector cuenta con 939.974 profesionales, de los cuales el 26,3 % son mujeres —aproximadamente 247.000— frente al 73,7 % de hombres, según el Diagnóstico de la mano de obra agraria con perspectiva de género del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA, 2025).

A pesar de los cambios globales que han favorecido a otros sectores, muchas mujeres siguen apostando por el campo, un territorio históricamente masculinizado y todavía marcado por la desigualdad laboral y salarial. Tras años de procesos destinados a reducir estas desigualdades, cabe preguntarse: ¿realmente las políticas de igualdad han logrado cambiar esta realidad?

La titularidad compartida, impulsada por la Ley 35/2011, nació con el objetivo de visibilizar y profesionalizar a las mujeres en las explotaciones agrarias. Sin embargo, más de una década después, apenas 1.551 trabajadoras —el 0,6 % del total de mujeres activas en el sector— han logrado acceder a este reconocimiento legal, según el informe RETICOM (octubre 2025). Aunque representa un aumento del 10 % respecto a 2024, la burocracia y el papeleo siguen siendo un freno para muchas. En numerosas ocasiones, las propias beneficiarias han denunciado la excesiva burocratización y el papeleo al que deben enfrentarse para poder ser cotitulares de una explotación agraria. Aunque la figura ha permitido avances en visibilidad y derechos, la realidad demuestra que el acceso sigue siendo limitado y complejo.

Las mujeres presentan una tasa de desempleo mayor que la de los hombres en el sector

La brecha estructural en el empleo es igualmente evidente. Mientras solo el 16,1% de los hombres activos en el campo se encuentra desempleado, el 24,6 % de las mujeres permanece sin trabajo. Muchas continúan realizando tareas agrarias no reconocidas bajo la figura de “ayuda familiar”, sin cotización ni derechos plenos. Esta situación invisibiliza su contribución al sector y limita su independencia económica.

A pesar de estos obstáculos, cabe mencionar que como destacan las cifras del informe del Ministerio de Agricultura, cuando las mujeres logran integrarse plenamente en la actividad agraria, lo hacen con un papel cada vez más protagonista. Representan el 36,1 % de las empresarias dentro de su propio grupo, ligeramente por encima del 33,2 % de los hombres empresarios. Estos números muestran que, incluso en un sector marcado por la desigualdad estructural, las mujeres encuentran caminos para liderar y transformar las explotaciones históricamente dominadas por hombres. Esto sugiere que sí hay un avance en la titularidad femenina de explotaciones, tanto individuales como compartidas, aunque todavía persisten brechas de tamaño, rentabilidad y visibilidad.

La ingeniería agrícola se posiciona como la más popular entre las mujeres ingenieras

El acceso a la formación ha demostrado ser un factor clave para sumar a más mujeres al sector primario. Aunque solo el 20 % de los ingenieras en España son mujeres, en la ingeniería agrícola su presencia asciende al 34 %, superando la media general, según el Observatorio de la Ingeniería de España. Esto demuestra que, cuando se brindan oportunidades, las mujeres lideran en la gestión y desarrollo del sector agroalimentario.

Una desigualdad global que atraviesa fronteras

A escala mundial, la historia se repite. Según la FAO, las mujeres representan el 36% del empleo en los sistemas agroalimentarios, esenciales para garantizar la seguridad alimentaria del planeta. Sin embargo, son las primeras en perder su puesto en tiempos de crisis: durante la pandemia, el 22 % de las trabajadoras de este sector perdió su puesto, frente al 2 % de los hombres.

Además de estar más expuestas a la precariedad laboral, las mujeres son quienes sostienen en mayor medida los trabajos no remunerados, como las tareas del hogar, dedicándoles 4,2 horas al día frente a 1,9 horas de los hombres.

La FAO señala que, si se cerrara la brecha de género en productividad y salarios, el PIB mundial aumentaría un 1 % —casi un billón de USD—, reduciría la inseguridad alimentaria en dos puntos porcentuales y permitiría que 45 millones de personas dejaran de sufrir hambre.

El acceso de las mujeres al sector agrario, especialmente en aquellas zonas plenamente o mayoritariamente dedicadas al sector primario, es fundamental para garantizar su desarrollo como jefas de explotaciones e impulsar el relevo generacional. Iniciativas como la titularidad compartida son un paso hacia la seguridad que necesitan para participar plenamente en un sector tradicional, pero con enormes oportunidades de modernización e innovación, como el agroalimentario.

No basta con redactar políticas de igualdad: es necesario ponerlas en práctica. Se necesita un cambio de mentalidad: el acceso a un puesto de trabajo no puede estar determinado por el género, sino por las habilidades y capacidades de la persona.

Conseguir la igualdad de género, estableciendo las mismas oportunidades entre mujeres y hombres, significa eliminar las normas sociales restrictivas y los roles de género anticuados que, históricamente, han limitado la participación femenina en el sector agroalimentario. Para lograrlo, es fundamental contar con la participación activa de los hombres y de las jóvenes generaciones, impulsando la formación, la titularidad compartida y las políticas de apoyo, con el fin de transformar la realidad del campo.

El proyecto MujerAGRO es precisamente un movimiento clave que lucha por dar voz y visibilidad a las mujeres infrarrepresentadas en el sector agroalimentario. Lograr la igualdad y la equidad siempre ha sido —y continúa siendo— el eje central de su labor, donde las mujeres rurales sean reconocidas no solo como parte esencial del desarrollo agrario, sino también como líderes y motor de cambio en la transformación del medio rural.


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